Desde que el Hombre (Macho-Hembra) fue “arrojado” del paraíso, fue cubierto por un espeso manto de sombras. Por esta razón fue llamado, por su Creador, HUMANO.
En esa nueva condición (individualizado), la modificada entidad nunca jamás volvió a conocer la desnudez (de su mente). Desde entonces, ninguna criatura viene al mundo “totalmente desnuda”.
Ciertamente, ningún ser humano es inocente mientras esté en posesión de su sombrío manto. Muchos, por el contrario y como ya lo dijo el Gran NABOT (el Jesucristiano), se han hecho perversos desde mucho antes de irrumpir en el vientre en el que están predestinados a gestarse.
Los populares antojos en la mujer embarazada no son más que la respuesta a los impulsos u órdenes de la legión del inquilino que lleva dentro.
Desde la conexión sexual, las legiones de los progenitores se entrelazan con la del ser que está predestinado a nacer en su hogar, originando una nueva y renovada genética.
EL nuevo huésped normalmente hereda más del uno o del otro. Esto, de acuerdo al karma o dharma acumulado en sus numerosos retornos.
Los egos de la legión más fuerte son los que siempre se imponen y derivan en deseos. Algunas de esas apetencias, «vicios» o antojos, son tan intensos que podrían ser catalogados como posesiones.
Sabemos de mujeres que, estando encinta, sienten un deseo irrefrenable de consumir los productos más absurdos y repugnantes, como, betún, cemento, etc. Un asunto serio y bien alarmante que se convierte casi que en una premonición, en cuanto al futuro del gestante se refiere.
© Ss Dodriáhn 2024